Hasta cierto punto es normal que nuestro estado de ánimo influya en el apetito y en nuestra manera de alimentarnos, pero cuando las emociones determinan nuestra dieta pudiendo llegar a provocar importantes trastornos alimenticios, entonces estamos ante un caso de alimentación emocional, algo que debemos intentar evitar. Sino, la lista de consecuencias para nuestro organismo es muy larga: sobrepeso, obesidad, estados carenciales de nutrientes básicos, pérdida de masa muscular y, en el peor de los casos enfermedades aún más peligrosas como la anorexia y la bulimia.
Un atracón de fast food para olvidar los problemas del día, no comer ni cenar porque estamos tristes…son actitudes que, repetidas, suponen un problema nutricional. Con la alimentación emocional dejamos de lado una dieta equilibrada, basada en las necesidades de nuestro organismo, y solo comemos lo que nos apetece en cada momento, según nuestro estado anímico.
Así que si notas que tus emociones están marcando de manera preocupante tu ritmo de alimentación, algunas medidas a tomar son:
Establece y escribe tu propio menú semanal
Este debe incluir cinco comidas: desayuno, tentempié, comida, merienda y cena. Es importante remarcar las horas y las cantidades de cada alimento. Déjalo bien visible, por ejemplo, pegado a la nevera. Esta práctica funciona porque es una pauta a seguir, indispensable si de lo que trata es de corregir un hábito o conducta poco saludable.
Aprende a identificar tus emociones
En el momento que reconozcas que esa sensación de desasosiego, nervios, tristeza o euforia no es, en realidad, hambre, tendrás mucho ganado. Párate unos segundos y piensa un instante para lograr algo tan sencillo (o no) como aceptar que estás triste y que por mucho que comas, esa melancolía no va a desaparecer.
Ten pequeños “comodines” saludables
Cualquier problema de este tipo no es fácil de superar y para los momentos en los que la ansiedad aprieta, un buen truco es tener a mano algún snack saludable, por ejemplo, una pieza de fruta, una barrita de cereales, un yogur desnatado, un vaso de agua con limón, un agua de avena, unas verduritas en tiras (zanahorias, calabacines, pepinillos…).
Ojo con llenar la nevera
Ayúdate a ti mismo/a y, a la hora de hacer la compra, opta por alimentos saludables, de fácil digestión y que te aporten macro y micro nutrientes. Limita la presencia de tentaciones tipo snacks, bollería industrial y precocinados, al menos temporalmente.
Ocupa tu tiempo libre con tus actividades favoritas
Ten en cuenta que no estamos hablando de una dieta determinada para bajar de peso. Se trata de algo más complicado, de cambiar un patrón de conducta que ha establecido una manera de comer según tu estado de ánimo. Es un tema, por tanto, con un importante componente psíquico, de ahí que alejar tus pensamientos de la comida resulte siempre beneficioso. Un paseo en bicicleta cada tarde, antes de la cena, una excursión con ruta de senderismo incluida, una relajante spa semanal o simplemente una sesión de cine o teatro harán que te sientas mejor y que, por un tiempo, la comida pase a un segundo plano.
Gimnasio, yoga, pilates…
Tú eliges pero cualquier actividad, especialmente el yoga, cuyo objetivo sea lograr el equilibrio interior o si lo prefieres la armonía entre cuerpo y mente, siempre resulta aconsejable por su eficacia en casos de trastornos relacionados con la alimentación.
Consulta a un especialista
Cada situación tiene sus particularidades y su nivel de gravedad. Si crees que tus emociones controlan tu alimentación y que tu salud puede estar en riesgo, no hay duda, la consulta con un especialista es necesaria.