Descargar ebookEstá considerada una de las dietas más saludables y, a diferencia de otras, su objetivo no es perder peso ni aumentar masa muscular, sino únicamente mantener el correcto equilibrio del pH de los líquidos presentes en nuestro organismo. Para muchos, la dieta alcalina es la clave del propio bienestar y uno de los “secretos” para vivir más y con mejor salud.
Acidez – alcalinidad, el binomio perfecto
Para entender cómo funciona y conocer sus beneficios es importante tener claros algunos conceptos, como el del pH. El potencial de Hidrógeno (pH) es una medida que determina el mayor o menor grado de acidez de una sustancia. Los ácidos presentes en nuestros fluidos corporales son consecuencia de distintos procesos metabólicos (se producen al respirar, al alimentarnos…) y el cuerpo cuenta con recursos propios para mantenerlos “a raya”. Son diversos los factores que pueden alterar ese equilibrio natural, entre otros: una nutrición en la que estén presentes demasiados alimentos ácidos, el estrés, el exceso en el consumo de alcohol o hábitos poco saludables como el tabaquismo.
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El pH se mide en una escala del 0 al 14. Cuando más bajo es, mayor presencia de ácidos, en cambio, cuanto más elevado se presenta, indica más grados de alcalinidad. Nuestro pH “ideal” oscila entre el 7,35 y el 7,45, es decir, si el pH 7 es el punto neutral, debemos mantener siempre un pH ligeramente alcalino (superior al 7). Si baja demasiado, se produce la acidosis, una afección que puede derivar en dolencias diversas, desde cansancio crónico, hasta hipertensión, gota o pérdida de densidad ósea.
Cómo mantener el equilibrio a través de los alimentos
Los expertos nutricionistas señalan que es la ingesta de determinados alimentos (y la ausencia de otros) lo que puede provocar un cambio en el metabolismo de los ácidos que altere el equilibrio de nuestro pH. Para mantener ese equilibrio, la proporción correcta en nuestra dieta debería ser: un 80% de alimentos alcalinos y un 20% de alimentos ácidos. El aumento en el consumo de productos procesados, muchos de ellos con altos contenidos de sodio, grasas saturadas y azúcares simples, es uno de los factores responsable del pH elevado y, por tanto, del incremento de casos de acidosis.
Los minerales, concretamente los electrolitos (calcio, magnesio, sodio y potasio) juegan un papel determinante a la hora de mantener el pH en sus niveles correctos. Es su ingesta equilibrada la que consigue mantenerlo en “buen estado”, es decir, siempre ligeramente alcalino.
Según su composición, hay alimentos alcalinos (también conocidos como alimentos base) y otros que contribuyen a aumentar la acidez. No se trata del sabor que tengan, sino de sus propiedades tras la digestión (ejemplo claro es el limón, un potente alcalinizante que resulta ácido al gusto). Los alimentos ricos en hierro, fósforo o cloro aumentan la acidez, mientras que los aportan magnesio, potasio o calcio son aliados para lograr un pH alcalino.
Qué incluye y qué excluye esta dieta alcalina
Como premisas básicas, la dieta alcalina demanda la ingesta de más cantidad de alimentos en su estado natural, mejor si son orgánicos (los elaborados y procesados es una de las pocas exclusiones). Frutas, hortalizas y verduras frescas, con especial atención a las de hoja verde, ricas en clorofila; alimentos que aporten proteína vegetal como las judías o la soja, probióticos, bebidas “verdes” (con todas sus propiedades hidratantes y remineralizantes inalterables) y agua alcalina (a la que se han añadido los minerales adecuados) son los ingredientes esenciales de esta dieta.
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En cambio la leche (animal) y los derivados lácteos, los refrescos y combinados (bebidas carbonatadas y/o alcohólicas), los cereales y harinas procesadas (avena, maíz o trigo), los encurtidos, el café, las carnes (especialmente las carnes rojas), los embutidos o los huevos son algunos de los alimentos a evitar si el objetivo es alcalinizar nuestro organismo y ganar en salud.
