Por qué deberíamos comer insectos

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Si eres de los que se escandalizan cuando ves los puestos de insectos en los mercados del sureste asiático quizá deberías dejar de leer, aunque te recomendamos que olvides los viejos tabús y sigas leyendo. Naciones Unidas, a través de la FAO, su agencia para la alimentación, señala que los insectos son un alimento idóneo para la alimentación humana y la del ganado, tanto desde un punto de vista nutricional como desde la sostenibilidad en la producción. Es más, muchas veces comemos insectos aunque no lo sepamos.

Los cereales que se utilizan para hacer harina o el arroz suelen contener gorgojos, unos pequeños insectos que se los comen. Durante el proceso de molido del cereal los insectos también pasan por la trituradora, incorporándose a la masa. No son pocos los análisis de harinas en los que aparecen restos de proteína animal, y la legislación los permite siempre que estén dentro de unos límites. Por si fuera poco en 2015 la Unión Europea incluyó los insectos en la categoría de nuevos alimentos, y cada socio comunitario tiene que adaptar su legislación a su consumo.

Beneficios nutricionales de los insectos

Pero cuando hablamos de comer insectos no nos referimos a los gorgojos de los cereales, hablamos de cucarachas, de tarántulas, de saltamontes, de escarabajos, de escorpiones... Todos ellos insectos con un enorme valor nutricional. Por ejemplo, los insectos son una gran fuente de vitaminas y minerales. Su biomasa acumula sales minerales y vitaminas del grupo B, y no es nada extraño encontrar insectos donde el calcio, el hierro o el zinc tienen una importante presencia.

También hay que destacar su aporte proteico, ya que en 100 gramos de insectos encontramos hasta un 43% de proteína. Es más del doble del 20% de proteína que encontramos en la ternera, y casi duplica el 23% del pollo. Otra característica muy interesante de los insectos es que son ricos en omega 3 y ácidos grasos saludables, similares a los que nos aporta el pescado. De esta manera nos ayudan a mantener el reducir el colesterol malo y a controlar los problemas relacionados con la obesidad, de lo que acaba beneficiándose nuestro corazón.


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Un argumento más a favor de los insectos es que podemos aprovechar prácticamente todo su cuerpo, mientras que en otros animales tenemos que desechar los huesos o las espinas. Casi no tienen agua, ya que su exoesqueleto evita que se deshidraten, lo que nos ofrece un mayor rendimiento. Tampoco tienen grasa, lo que mejora la aportación de proteínas. Así, si de un cerdo se aprovecha el 55% de su cuerpo para el consumo humano, de las gallinas el 50% o en el caso de las vacas solo el 40%, vemos que de insectos como el saltamontes se come hasta un 80%.

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Su producción es mucho más sostenible que las explotaciones ganaderas. Es cierto que mantener una explotación de insectos sale caro, en especial su alimentación; pero ocupan mucha menos superficie, no dejan tantos residuos, tampoco necesitan antibióticos y las posibilidades de que transmitan enfermedades a los humanos son bastante menores. Otra cosa son los insectos que viven en libertad, que pueden estar afectados por los pesticidas. Eso sí, para que el consumo de insectos se convierta en habitual antes tenemos que dejar aparcados nuestros prejuicios al respecto.

Insectos, desde la Antigüedad hasta la alta cocina

Los insectos han formado parte de nuestra alimentación desde hace siglos. Ya en el Paleolítico se seguía una dieta entomofágica (basada en la ingesta de insectos y arácnidos), culturas clásicas como la griega o la romana disfrutaban de las cigarras y a día de hoy las cocinas del sureste asiático y América Latina son el mejor ejemplo para comer insectos. En Europa destaca el casu marzu, un queso de la isla italiana de Cerdeña que devoran las larvas; y poco a poco vemos como se van abriendo paso en la alta cocina.

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